miércoles, 9 de enero de 2013

Publicidad hacia lo privado




Según la Real Academia Española, publicidad se define como: "divulgación de noticias o anuncios de carácter comercial para atraer a posibles compradores, espectadores, usuarios, etc.". Y qué mejor compañero de viaje que el soporte más extendido de los últimos siglos, la televisión. El electrodoméstico ad hoc de los mensajes comerciales. Y es en esta época convulsa en la que estamos sumergidos donde la publicidad está tomando el control -si no lo tenía ya- de una sociedad sumida en el consumismo de ficticias necesidades materiales. Paredes, marquesinas, vestimentas...todo espacio es poco para difundir tales ilusorios menesteres. Es, por tanto, un tiempo guiado y manejado por la publicidad.

Con vistas a lograr un mayor beneficio por cualquier vía posible, los cabecillas que están al frente de las cadenas de televisión han convertido el mayor invento del siglo XX, en origen un sistema para la transmisión y recepción de imágenes en movimiento y sonido a distancia que emplea un mecanismo de difusión, en el asiento y acomodo de un número abusivo -de tiempo y cantidad- de anuncios dispendiosos. Actualmente, ¿la publicidad es complemento o núcleo de la televisión? Sólo es necesario echar un ligero vistazo a la caja tonta para cerciorarse de la respuesta. Horas y horas de espacios publicitarios copan y, en muchos casos, monopolizan la Agenda Setting de un gran elenco de cadenas. ¿Es necesario para la financiación? Sí, pero se ha olvidado el cometido por el que fue creada. El entretenimiento ha sido devorado por el afán lucrativo. La información y la emisión de contenidos en pos del desarrollo cultural ha visto como otros espacios de fondo superfluo les ha arrollado. No se hace televisión, se hace publicidad.

Pese a que la inversión en publicidad se ha visto lógicamente disminuida en el último semestre, un 18,6% según el estudio realizado por InfoAdex, el hecho sigue siendo denunciable. Hasta en el sentido más banal del asunto, como puede ser ver una película de unos 120 minutos de duración, el acto se presenta casi imposible. Visionarla en un espacio inferior a tres horas se convierte en una quimera. Todo ello está provocando en la audiencia un agotamiento publicitario, un malestar televisivo, una lasitud comercial. El futuro del caso pinta sombrío ya que la voluntad que rige este tejemaneje no parece virar en otra dirección más saludable. Los caminos de la publicidad son inescrutables.

Este hecho se hace cada vez más patente al ver el caso antagónico, el de la reducción de plantilla, los continuos ERE, ergo decreciente número de profesionales de la información en cadenas públicas (o publi-cas) y privadas, en busca del beneficio creciente al reducir los costes a cotas ínfimas. El último caso, y uno de los más sonados, ha sido el de Telemadrid, con el acuerdo del consejo de administración de Radio Televisión Madrid -con amplia mayoría del PP, claro- para el despido de 860 periodistas de la cadena. Sólo permanecerán 300 empleados para la producción de informativos y dos de sus programas estrella (Madrileños por el mundo y Madrid directo). La situación, denunciada por trabajadores y plataformas de apoyo, parece que tiene cuerda para rato.

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